Por Pablo Makovsky, Diario Crítica, 5 de mayo de 2009.


Después de diez años, el compositor presenta Fuera de foco, tres discos nuevos que incluyen canciones, piezas experimentales y de pequeña orquesta, una suerte de novela musical entre litoraleña e inmigrante.
Las cifras acaso no importan, pero suman, agregan algo así como un espesor a esta historia. Héctor Pichi De Benedictis se presentó por primera vez en público en 1972. Hace más de tres décadas, en 1978, con su dúo Canto Simple, obtuvo el premio Revelación del Festival de Cosquín. Al año siguiente integró el trío Acalanto y se fue de gira por un año a dar conciertos en Uruguay, Costa Rica, Estados Unidos y México. Después llegaría la “Trova Rosarina” y en 1988 su actividad solista: tres discos, Prueba de artista, el último, hace trece años. Leo Maslíah, Juan Carlos Baglietto, Jorge Fandermole, Sandra Corizzo o Ethel Koffman realizaron e interpretan temas suyos. Ahora, el sábado próximo en el teatro Príncipe de Asturias del Centro Cultural Parque de España (Sarmiento y el río), De Benedictis vuelve con un nuevo disco, Agua, que es parte de un tríptico, Fuera de foco.
Los dos discos que De Benedictis unió al suyo pertenecen a Leonardo Marini y Sanseverino Orsini, obra dividida en tres personas, o el trabajo de una persona dividida en tres obras.
Publicado por el sello rosarino BlueArt Records, con fotografías de Norberto Puzzolo y diseño de Mauricio Chiaraviglio, Fuera de foco es también un diálogo con poetas, letristas, creadores e intérpretes. En los once temas que integran Agua hay temas originales y también sobre textos de grandes poetas como Horacio Rega Molina y Raúl González Tuñón, o en colaboración con rosarinos como Reynaldo Sietecase o Adrián Abonizio.
“El agua es —puse en uno de los textos que acompañan a este disco; los otros escritos pertenecen a Damián Schwarzstein y a Rafael Ielpi— la savia primera de muchas de estas canciones, cargadas del río, del mare tenebrarum que cruzaron estos apellidos hasta llegar a la América. El agua: ni música ni ruido, acaso un rumor, una música que se mastica, se rumia: la música anterior a la música. Y es que algo fluye en los tres discos —el de Marini, el más experimental; el de Orsini, una suave amalgama de melodías populares que evocan la plaza con glorieta en la tarde lejana del pueblo—, algo con lo que De Benedictis retoma un curso, una corriente.
“Hay una canción que dice “La vida es tan rara” —dice De Benedictis—. No sé cuándo tuve conciencia de que estaba construyendo este proyecto, pero me parece que fue un rompecabezas cuyas piezas me fueron llegando por etapas. Creo que algunas de esas partes no estaban precisamente hechas de música, sí de elementos a los que soy sensible y que evidentemente provocaron a mi naturaleza para que todo terminara siendo una obra de arte y no otra cosa”.
La cosa inmigrante de Orsini, la cosa experimental de Marini y las canciones de De Benedictis que transitan el aire de distintos géneros. “La inmigración —dice Pichi— es emoción pura, nostalgia; lo experimental es necesidad vital y sorpresa, y mis canciones son un orden que más que en mí me interesa que funcione en otros. Ahora pienso que nuestra tarea en el mundo real es tratar que las personas sientan que son seres sensibles, Parecerá una tontería pero yo creo que es una misión muy complicada que alguien tiene que hacer”.
Le pregunto a Pichi por esta suerte de novela que armó con el tríptico Fuera de foco, o sea: qué fue lo que encontró en Marini y Orsini que no encontrara en De Benedictis. “Creo que ellos —dice— han llegado a lugares donde yo no me animaría. Orsini yéndose a vivir a un pueblito donde hay sólo cuatro músicos. Ahí comprende que gracias a ellos va a poder seguir siendo un compositor. A su vez, esos cuatro precarios instrumentistas entienden que lo que dará sentido a su vocación es tocar los domingos en la plaza para los habitantes del pueblo. Éstos últimos saben que ellos son la única posibilidad de escuchar música en vivo, porque hasta ése lugar nadie quiere llegar. Marini es otra enseñanza. John Cage pregonaba la idea de “proceso antes que objeto”, y Marini la hizo carne como nadie. Estoy seguro que jamás pensó en su música como algo público. Para él, la música es una de las mejores maneras de consumir su tiempo de vida. La construye como quien estudia la vida de las mariposas con una lupa. De él estoy aprendiendo a volverme invisible”.
Y en tren de volver a meterse en el curso de estas aguas que trae De Benedictis, meto la consabida pregunta: ¿Cómo ves en retrospectiva eso que se llamó la trova rosarina? “Vamos por partes —dice—. Siempre me gustó ver a la trova como un grupo de pibes que tomaban café juntos por los bares de Rosario y algunos sábados jugaban al fútbol en el parque Urquiza. Los unía el tiempo y el espacio, un territorio bastante más vasto que el de la música. Nos expresábamos así como otros lo hacían de diferentes maneras. No hay ‘canción rosarina’ sin ‘identidad rosarina’, y no hay ‘identidad’ sin vida en común. Yo no creo en el fin de las particularidades por más que se atente contra ellas”.