Por Beatriz Vignoli. Página 12, 30 de marzo de 2010.


El lunes 22, en el CAD, Centro de Arte y Diseño del Colegio de Arquitectos (Córdoba 954, Pasaje Pam, subsuelo 1) tuvo lugar un concurrido y emotivo evento que fue importante por muchas razones: porque el CAD abrió su temporada 2010 y porque lo hizo inaugurando una impecable muestra individual de fotografías digitales de un reconocido músico y gestor cultural: Héctor Leonardo “Pichi” De Benedictis, director del Centro de Expresiones Contemporáneas (CEC). Es su primera muestra extensa: antes había mostrado apenas un par de obras en pequeño formato en Cultura Pasajera. Esta vez ofrece una rica selección de obra reciente, junto a textos de los artistas locales que, según contó con modestia en su discurso inaugural, alimentaron su propio trabajo.
La muestra se destaca por la calidad de su montaje. La iluminación está muy bien cuidada. (Cierta desprolijidad en las cartelas es compensada por la calidad de los textos que contienen). Los títulos, que forman una serie entre sí, parecen títulos de piezas musicales instrumentales. El de la muestra es el de una de las obras: Sobre la fugacidad.
La luz es la obsesión de De Benedictis, un impresionista del siglo XXI que sale a plein air con su auto y su cámara Reflex digital. Sale a horas insólitas, buscando la luz crepuscular al costado de las rutas pampeanas. Cuenta, en entrevista con Rosario/12, que el rumbo es azaroso pero que, por una extraña coincidencia, nunca se ha alejado más de 50 kilómetros de Rosario. Su hora favorita es aquella que los ingleses llaman dusk: esa vacilación gris ceniza entre el día y la noche. En sus imágenes fotográficas, no es la luz la que escribe, sino la que cae sobre las cosas para mostrarlas y termina siendo el auténtico sujeto de la foto. Lo decisivo sigue siendo el gesto del artista, que deja el obturador abierto en exposición lenta y mueve la cámara de lado a lado para así borrar los detalles y revelar lo que importa: una cierta atmósfera, una cierta luminosidad.
Luz y color eran la esencia de la belleza en la estética medieval y el meollo mismo de la visión para los pintores del impresionismo. El paisaje llevado a la abstracción fue una táctica estética de gran parte de los artistas del grupo Litoral, como Luis Ouvrard, con cuyos azules vaporosos de pastel a la tiza esfumado se emparientan estos trabajos. Músico que emplea el silencio como elemento vital de sus composiciones, De Benedictis confiesa ser un pintor frustrado (lo que explica su mirada pictórica como fotógrafo) y que su pieza favorita de la colección del Museo Castagnino es un pequeño Sisley. Los cielos vainilla de Sisley también parecen haber inspirado su búsqueda.
“Acá no hay secreto. Esto es toma directa”, explicaba al público De Benedictis, la sencillez de cuyos procedimientos sorprende. El fuera de foco es producto de una simple y trillada técnica de barrido. La luz es realzada digitalmente a posteriori, mientras que el apaisado extremo de las obras se debe al simple reencuadre. La intención, tanto en la composición como en el tratamiento, es la síntesis: la abstracción a expensas del rigor documental o el naturalismo costumbrista. La anécdota se disuelve. Lo que queda registrado es deliberadamente nebuloso. Estos detalles dejan sin embargo su rastro movido, su estela fantasmal, y lo que resulta es como una radiografía: también allí, lo que registra la placa es la niebla producto de los movimientos sutiles de un cuerpo vivo, algo así como un equivalente gráfico del hálito vital.